Las 11 de la mañana. Era la hora del café mañanero. Minerva y yo ocupábamos la mesa de siempre, la de la esquina, debajo de la tele del bar de la oficina. Hacía un buen rato que habíamos dejado de hablar, o que había perdido el hilo de la conversación, o que había dejado de escuchar a Minerva. Me di cuenta que llevaba demasiado tiempo sin asentir ni decir nada, y eso solo podía significar una cosa …
Levanté la vista, y como sospechaba, Minerva me miraba con su sonrisa permanente, moviendo la cabeza hacia los lados, como son resignación.
Estaba organizando como darle tanta información en tan poco tiempo, cuando llegó gente de la oficina a nuestro mismo rincón. Me reclamaban en el despacho.
Levanté la vista, y como sospechaba, Minerva me miraba con su sonrisa permanente, moviendo la cabeza hacia los lados, como son resignación.
- ¿Qué? Le dije haciéndome la sorprendida, aunque como sospechaba ...
- ¿Qué voy a hacer contigo? Te quedas alelada a la primera de cambio. ¿Qué tiene ese tio, que te tiene tan … así?
- Nada, si yo … estaba pensando en … una cosa.
- Ya, una cosa morenita, alta, que empieza por A y termina por –Lex, ¿verdad, picarona?
- ¡Venga ya!
- En serio, ¿qué es? ¿qué tiene? Un buen culito, vale. Pero ¿qué más hay?
- Uff …
Estaba organizando como darle tanta información en tan poco tiempo, cuando llegó gente de la oficina a nuestro mismo rincón. Me reclamaban en el despacho.
- ¡Lucía! No te creas que se me olvida aquí, ¡te mando deberes para casa!