viernes, 20 de agosto de 2010

A doblar la esquina.


Cuando volví a Barcelona (y pinté las paredes y colgué mis propios cuadros) empezó una nueva etapa de mi vida. Mi despacho era mas grande, tenia dos compañeros nuevos y mis responsabilidades para con la empresa era otras. Vamos, que no le iba a faltar adrenalina a mi vida. Pero siempre, siempre, siempre sentía ese vacio. Ese nosequé tan dificil de explicar que me parecía un agujero en el estómago. Esa maldita sensación de faltarte algo, de respirar poco aire. Ese teléfono que no suena, esas palabras que no has dicho pero que retumban en tu cabeza cuando menos te lo esperas. A estas alturas me imagino que sabeis de quién hablo.

Me sentía tan extraña. Él había sido un todo en aquellos días de invierno en Grácia. Había conpartido todos los momentos importantes en esa ciudad, en ese barrio. Habíamos sido un apoyo el uno en el otro ... amigos. Y todo eso se había roto de la noche a la mañana, en una fria y corta conversación en la que nos habíamos confesado que nos necesitabamos, pero nos habíamos dicho adios.

No lo había llamado. Me seguía sintiendo culpable de caminar por aquel barrio mientras el pensaba que ya estaba haciendo vida en mi tierra, que estaba a casi mil kilómetros de allí. Pero a lo mejor ya no le importaba, se había olvidado de mi en esos casi seis meses sin contacto.

En esto mismo pensaba mientras caminaba con el pan en la mano, por aquella plaza que tantas veces nos había visto sentados en un banco, donde nos hicimos nuestra primera foto juntos. En esto mismo pensaba cuando, al doblar la esquina, me lo encontré de frente.

martes, 10 de agosto de 2010

Mi hogar.



Acabaron las vacaciones, y volví a Barcelona. Entré a mi apartamento, y todo parecía tan distinto. Había pasado los últimos 18 meses allí, y ahora me sentía extraña sentada en su sofá. Quizás se debiera a que siempre había visto ese apartamento como una transición, como una estancia con fecha de caducidad de 18 meses, y nunca como algo mío. Por eso aún no había arreglado ese muelle que sobresalía su sofá, ni me había planteado cambiar la distribución del salón ni utilizar el cuarto vacío como vestidor. Solo me preocupaba como iba a quitar esas cortinas que me había hecho mi madre antes de venir por primera vez, ya que me costó muchísimo ponerlas. También me preguntaba como quedarían en mi casa de Granada, cuando volviera. Pero ahora todo eso cambiaba. Mi estancia se volvía indefinida desde aquel momento, tenía un contrato fijo que me ataba a esa ciudad, hasta que yo quisiera. Me costó un rato digerirlo. Digerir que a partir de aquel momento no estaba en Barcelona por trabajo, sino que aquella ciudad me acogía como a una catalana más. Digerir que aquel era ahora mi hogar.

- Soy de aquí. – Me dije en voz alta.

Como no acaba de convencerme, fui a comprar kilos de pintura de colores para pintar las paredes e mi nuevo hogar. Me quedaban por delante muchas tardes de bricolaje.