Empezar.

Hice las maletas aquella misma tarde, aunque aún quedaban 17 días para mi incorporación. No quería pensar en arrepentirme a última hora.

Empaqueté mi vida y busqué un piso en alquiler para vivir sola. Sola. Qué bien sonaba. Cuando la euforia inicial empezó a disminuir hasta estabilizarse pude estudiar las condiciones del contrato. Sería responsable de un proyecto en concreto para la Generalitat, y tendría bajo mi cargo a un equipo de cuatro personas, trabajaría al día dos horas más de lo que lo hacía en Granada y tendría que llevarme trabajo a casa casi cada día. Además tendría que viajar una vez al mes a Granada o a Sevilla para poner en común los objetivos del proyecto de ese periodo de tiempo. Pero todo eso lo compensaba el poder empezar una nueva vida en una de las ciudades mas bonitas del mundo (y que la empresa pagara los vuelos y la mitad del alquiler de mi piso, también) y lejos de todo aquel caos que había sido mi vida en las ultimas semanas. O por lo menos, poder hacerlo temporalmente.

Llegó el día 3 y cogí el primer vuelo rumbo a BCN, cargada de maletas y esperando multitud de paquetes que llegarían con el tiempo. El taxi me levó en seguida a mi nuevo barrio, que a pesar de estar en uno de las zonas mas concurridas parecía bastante tranquilo. El piso era precioso, aunque no pude evitar empezar a soñar con las reestructuraciones que iba a sufrir desde que puse los pies en él. Pintura, cortinas nuevas, la línea telefónica, Internet, y estaba por fin instalada en mi nueva casa.

Solo tuve tres días para poder disfrutarla por completo, después llegaron las jornadas intensivas encerrada en una oficina y en salas de juntas, las reuniones y los trabajos de campo. Pero lo mejor fue ponerle cara por fín a Minerva, y convertirla en mi nueva mejor amiga. Minerva conoce las calles de Barcelona como nadie, y sobre todo sabe bien como ponerle un buen final a la semana de cervecería en cervecería. Y como no, cumplí aquella meta pendiente de ir al teatro.