jueves, 30 de abril de 2009


Las 11 de la mañana. Era la hora del café mañanero. Minerva y yo ocupábamos la mesa de siempre, la de la esquina, debajo de la tele del bar de la oficina. Hacía un buen rato que habíamos dejado de hablar, o que había perdido el hilo de la conversación, o que había dejado de escuchar a Minerva. Me di cuenta que llevaba demasiado tiempo sin asentir ni decir nada, y eso solo podía significar una cosa …

Levanté la vista, y como sospechaba, Minerva me miraba con su sonrisa permanente, moviendo la cabeza hacia los lados, como son resignación.


- ¿Qué? Le dije haciéndome la sorprendida, aunque como sospechaba ...
- ¿Qué voy a hacer contigo? Te quedas alelada a la primera de cambio. ¿Qué tiene ese tio, que te tiene tan … así?
- Nada, si yo … estaba pensando en … una cosa.
- Ya, una cosa morenita, alta, que empieza por A y termina por –Lex, ¿verdad, picarona?
- ¡Venga ya!
- En serio, ¿qué es? ¿qué tiene? Un buen culito, vale. Pero ¿qué más hay?
- Uff …

Estaba organizando como darle tanta información en tan poco tiempo, cuando llegó gente de la oficina a nuestro mismo rincón. Me reclamaban en el despacho.


- ¡Lucía! No te creas que se me olvida aquí, ¡te mando deberes para casa!


1 cosas que decir:

Anónimo dijo...

Pues si, la verdad es que se lo merece. Se podrá saber más o menos como tu has dicho, pero lo que explicaba se te quedaba.

Tu historia me encanta.A ver cuando pasa algo más...jejej

Gracias por pasarte y no curres hoy per l'amor de Deu jajaj

Yanira